jueves, noviembre 15, 2012

DESDE QUEBRADA DE ALVARADO A JORGE TEILLIER




DESDE QUEBRADA DE ALVARADO A JORGE TEILLIER

No sé si estamos ciegos de nacimiento o no queremos ver. O es mucho trabajo asistir a una exposición de arte o las exposiciones no quieren llegar hasta nuestro living. O, simplemente, es una lata pensar. ¿Fenómeno, éste, de la soledad en nuestro tiempo? ¿Soledad por ceguera de los medios de comunicación?

Pero hay hormiguitas, hay gente con más fe que uno que se las da de escritor u, ocasionalmente, de comunicador social. Visto desde más lejos: ¿o es que la prensa escrita está muy ocupada en hacer dinero, así como la tv tampoco da cuenta de la vitalidad del arte?

Lo singular que remece mis neuronas, esta vez, es que recibo la visita de una poeta del hilo y la puntada. Y lo más extraordinario es que ella trabaja en sus bordados, en sus aplicaciones de tela y todo otro material, en sus costuras, soñando con las mismas puntadas que a los sueños daba aquel tipo inolvidable, aquel poeta Jorge Teillier.

Esta hormiguita también tiene nombre, y hay que decirlo fuerte, es CLAUDIA TAPIA, cuyo origen está en la república de Quebrada de Alvarado, paso de incas y conquistadores españoles, enclave rodeado de cerros que detienen vientos y nubes y dan a su paisaje una característica esencial y única. Un enorme y fantástico nido verde. Lo dice un andador. Andorra, agregan otros. Es país, además, de notables poetas, como Renán Ponce (hoy en Limache) y Cristián Moyano -“Chirimoyano”- hoy en Chile, mañana en Argentina, quizás Bolivia, Perú o cualquier punto del continente.

Claudia Tapia, no es una desconocida pues tiene innumerables exposiciones personales en nuestra Región y también en países sudamericanos. Innumerables presentaciones colectivas de relevancia colocan su nombre en un portal de privilegio.

Su admiración, su encarnación con la obra de Jorge Teillier no es casual. Percibo una unidad en la génesis poética del lautarino y en la íntima seguridad del oficio artístico de Claudia Tapia. “Yo quiero ser Rimbaud” anuncia aquel a los 16 años. Yo soy Claudia Tapia, dice ella con su obra. Nada de todo eso son redobles en tambores de guerra; al contrario, es intimidad y creación de algo nuevo en ambos. Que curioso: algo nuevo, ya sea con la palabra o con las manos acariciando el hilo. Algo viejo pero nuevo gracias a un espíritu nuevo.

Indudablemente, al observar los tapices de “Poesía de lo perdido”, y ahora de “Entre agujas y letras”, el manifiesto telleiriano está presente, no sólo como una trama simbólica, sino que la memoria  insistente de ambos está en el paisaje pueblerino de uno y en la mirada hacia la intimidad que roza la piel en la memoria lárica de ella. Hasta ahí un encuentro.

Ahora, el matiz de disensión: “Creo que todavía estoy en una etapa en la cual no he llegado a la adultez, o sea, todo lo que pasa ahora es como si le pasara a una especie de niño o adolescente”. No es irrelevante esta expresión que registré el verano de 1988 de labios de Teillier: bajo el cielo negro de la patria, él está sitiado, sólo tiene escasos amigos y es el “guardián del zenteno”. Claudia Tapia, al contrario, no teme nada, es una artista que arriba a la madurez de su arte, artista a la cual, si uno la mira a los ojos, llega hasta la piel de sus manos. El amoroso esfuerzo para recrear un espacio donde ella sitúa al poeta que piensa, o al poeta que duerme, es una invitación especial que se denomina relación obra-espectador. Pues, a esa puntada admirable entre la mente y las manos, ella une la luz que se llama alma. Porque la obra con alma, es, simplemente, poesía. Y perdura. En eso son hermanos Claudia Tapia y Jorge Teillier. En verdad, no es una lata pensar.

H. Ortega-Parada
Olmué, noviembre 2012


lunes, noviembre 12, 2012

Exposicion Entre Agujas y Letras : Homenaje a Jorge Teillier



 
        Hallazgos de un mapa de Teillier
                              Texto de Andrés Ovalle


Entre agujas y letras, homenaje a Jorge Teillier es el nombre de la exposición que Claudia Tapia muestra hasta el 30 de noviembre en el instituto Chileno Norteamericano de Cultura de Valparaíso.
Todo lo relacionado con el poeta Jorge Teillier me evoca un viaje por el lenguaje y los paisajes del sur; los trenes, el vino, los queltehues, la lluvia, el hallazgo y su amistad con el artista Germán Arestizábal, y esto último porque ambos realizaron libros –rarezas- donde arte y poesía llegan a un diálogo de compleja profundidad creativa (*)
Teillier nunca recibió en premio Nacional de Poesía, así como Arestizabal aún espera el Nacional de Arte en Valdivia, aunque sabemos que pese a la grandeza de sus obras no lo reciben porque no pertenecen a la academia ni sus carreras circularon entre las elites del arte chileno, sino por el contrario, sus obras se concretaron en el borde, en la frontera humana de lo imaginado y en medio de estaciones y tabernas de provincias, lejos del glamour y las pompas del beneplácito oficialista.
Con estos pensamientos en mente llegué a la exposición Entre agujas y letras, homenaje a Jorge Teillier, donde Claudia Tapia interpreta la poética de Teillier usando signos objetuales  que asemejan el encuentro de un pueblo perdido en el desierto -una memoria en grises y colores tierra-  y que pareciera arribamos luego de un viaje en el tren de la poesía para descubrir hallazgos arqueológicos y voces que el viento mueve a través de la pluma del poeta.
En esta aventura arqueológica palpita la voz de Teillier:
Un vaso de cerveza
una piedra, una nube,
la sonrisa de un ciego
y el milagro increíble
de estar de pie en la tierra.
Su voz se escucha como huellas y sedimentos de una cartografía ausente; como un mapa que señala recorridos para encontrar su naturaleza intuitiva; mapa que Claudia desentierra y con el cual sigue secuencias de escritura para develar la belleza en obras que se abren como ventanas al mundo íntimo del poeta.



IMAGENES DE LA EXPOSICIÓN

















Claudia crea un montaje expositivo que sorprende por su elegancia y que unifica mediante color y el trabajo de superficies, fondos manchados por capas delicadas de pintura que evocan memoria. La artista teje planos de texturas y significaciones ornamentales sobre los cuales dispone su imaginería encontrada: telas, papeles, huesos, cartas, camisas, plumas, candados, botones, timbres, figuras de plástico, y todo un vocabulario asociado a lo objetual y al gesto plástico, elementos que van formando una lectura capaz de cautivar el interés y la percepción del receptor.

En estas obras el protagonista es Teillier y la artista se encarga que así sea, quedándose ella tras bambalinas (en su oficio de directora de arte para cine y donde otros se lucen), lo cual se agradece porque no impone su lirismo visual por sobre el lirismo del poeta, sino que lo deja palpitar en cada significación, en cada una de sus meditaciones visuales.
También reconocemos en la propuesta un planteamiento de semejanzas que guían la interpretación de los textos, una similitud donde se relacionan objetos -un juego de símbolos- en el que se conserva la identidad de cada cosa para que puedan asemejarse a las otras y aproximarse a ellas. Esta reflexión sobre el lenguaje y las cosas nos recuerda  Las Palabras y las Cosas de Michel Foucault:  “la semejanza ha desempeñado un papel constructivo en el saber de la cultura occidental. En gran parte, fue ella la que guió la exégesis e interpretación de los textos; la que organizó el juego de los símbolos, permitió el conocimiento de las cosas visibles e invisibles, dirigió el arte de representarlas.”. Y esto porque estas composiciones son una representación de la poética de Teillier, siguen el hilo del lenguaje para llegar a su semejanza, a su dualidad desde la creación.
Claudia asemeja la escritura desde su propia escritura, es decir, con agujas e hilos escribe el reflejo de cada texto, tomando del imaginario de los perdido su vocabulario, el que organiza siguiendo la intuición y dejando que los objetos ofrezcan sus asociaciones intrínsecas, posibilitando discursos y nutriendo la mirada de una luminosidad especial que asemeja las superficies a un mapa de viaje, mapa donde Claudia y Teillier dialogan de arte y nosotros los observamos tras la dimensión de una realidad que no es tal sino poética.
La exposición cobra su dimensión más elevada –vivida- cuando nos introducimos en la esfera íntima del poeta, en la recreación de su entorno y lectura cotidiana. Esto gracias a una escenografía compuesta por paredes cargadas de cuadros que también son poemas; una mesita junto al sillón vacío de Teillier y donde hay cartas, una taza de té, libros, una lupa, una copa de vino y otros objetos sobre miles de cáscaras de nueces que bajo los pies forman una alfombra, logrando un cuerpo tridimensional que consigue identificarnos con la ausencia de quien dejara su vida en ese espacio habitado por sus palabras y sus cosas.
En este encuentro arte-poesía existe un sello personal de accidentes y situaciones donde resuena una estética híbrida, una alquimia de técnicas y materiales que revela un vuelo alto sobre el territorio de Teillier; un vuelo sobre el legado de una obra que es territorio de tránsito para la poesía chilena.