DESDE QUEBRADA DE ALVARADO A JORGE TEILLIER
No sé si estamos ciegos de nacimiento o no queremos
ver. O es mucho trabajo asistir a una exposición de arte o las exposiciones no
quieren llegar hasta nuestro living. O, simplemente, es una lata pensar. ¿Fenómeno,
éste, de la soledad en nuestro tiempo? ¿Soledad por ceguera de los medios de
comunicación?
Pero hay hormiguitas, hay gente con más fe que uno
que se las da de escritor u, ocasionalmente, de comunicador social. Visto desde
más lejos: ¿o es que la prensa escrita está muy ocupada en hacer dinero, así
como la tv tampoco da cuenta de la vitalidad del arte?
Lo singular que remece mis neuronas, esta vez, es
que recibo la visita de una poeta del hilo y la puntada. Y lo más
extraordinario es que ella trabaja en sus bordados, en sus aplicaciones de tela
y todo otro material, en sus costuras, soñando con las mismas puntadas que a
los sueños daba aquel tipo inolvidable, aquel poeta Jorge Teillier.
Esta hormiguita también tiene nombre, y hay que
decirlo fuerte, es CLAUDIA TAPIA, cuyo origen está en la república de Quebrada
de Alvarado, paso de incas y conquistadores españoles, enclave rodeado de
cerros que detienen vientos y nubes y dan a su paisaje una característica
esencial y única. Un enorme y fantástico nido verde. Lo dice un andador. Andorra,
agregan otros. Es país, además, de notables poetas, como Renán Ponce (hoy en
Limache) y Cristián Moyano -“Chirimoyano”- hoy en Chile, mañana en Argentina,
quizás Bolivia, Perú o cualquier punto del continente.
Claudia Tapia, no es una desconocida pues tiene
innumerables exposiciones personales en nuestra Región y también en países
sudamericanos. Innumerables presentaciones colectivas de relevancia colocan su
nombre en un portal de privilegio.
Su admiración, su encarnación con la obra de Jorge
Teillier no es casual. Percibo una unidad en la génesis poética del lautarino y
en la íntima seguridad del oficio artístico de Claudia Tapia. “Yo quiero ser Rimbaud” anuncia aquel a
los 16 años. Yo soy Claudia Tapia, dice ella con su obra. Nada de todo eso son
redobles en tambores de guerra; al contrario, es intimidad y creación de algo
nuevo en ambos. Que curioso: algo nuevo, ya sea con la palabra o con las manos
acariciando el hilo. Algo viejo pero nuevo gracias a un espíritu nuevo.
Indudablemente, al observar los tapices de “Poesía
de lo perdido”, y ahora de “Entre agujas y letras”, el manifiesto telleiriano
está presente, no sólo como una trama simbólica, sino que la memoria insistente de ambos está en el paisaje
pueblerino de uno y en la mirada hacia la intimidad que roza la piel en la
memoria lárica de ella. Hasta ahí un encuentro.
Ahora, el matiz de disensión: “Creo que todavía estoy en una etapa en la cual no he llegado a la
adultez, o sea, todo lo que pasa ahora es como si le pasara a una especie de
niño o adolescente”. No es irrelevante esta expresión que registré el
verano de 1988 de labios de Teillier: bajo el cielo negro de la patria, él está
sitiado, sólo tiene escasos amigos y es el “guardián del zenteno”. Claudia Tapia,
al contrario, no teme nada, es una artista que arriba a la madurez de su arte,
artista a la cual, si uno la mira a los ojos, llega hasta la piel de sus manos.
El amoroso esfuerzo para recrear un espacio donde ella sitúa al poeta que
piensa, o al poeta que duerme, es una invitación especial que se denomina
relación obra-espectador. Pues, a esa puntada admirable entre la mente y las
manos, ella une la luz que se llama alma. Porque la obra con alma, es,
simplemente, poesía. Y perdura. En eso son hermanos Claudia Tapia y Jorge
Teillier. En verdad, no es una lata pensar.
H. Ortega-Parada
Olmué, noviembre 2012